miércoles, 13 de febrero de 2008

Pulp Fiction, los videojuegos, sangre, y un clic en la oreja.

Algo muy feo me está pasando. Algo que está a punto de escapar de mi control. Probablemente, cuando terminen de leer este post van a decir “¡Ah!, ¡No era para tanto!”, pero para mí sí lo es, e intentaré darles una aproximación de lo que sucede en la cocina de mi espíritu.
Pero antes, voy a suponer que todo aquel que entre a este blog vió alguna vez –una vez, como mínimo- la película Pulp Fiction, horrorosamente traducida por estos pagos con el penoso nombre de “Tiempos Violentos”. Supondré, también, que todos recuerdan aquella escena final, donde Pumpkin’ y Honey Bunny ven frustrado su excelente plan de robar la cafetería porque justo ese día había dos matones profesionales entre el público. Les pido que se retrotraigan a esa parte de la escena en la que Samuel L Jackson, apuntándole en la cara a Tim Roth, le explica que está buscando su redención, y por eso le perdona la vida. ¿La recuerdan? Bien. Puede que entonces entiendan lo que siento. Si no, no sigan leyendo. Continuemos con Pulp Fiction. Hay una parte específica donde –arma en mano, como habíamos dicho- dice “… But I’m Tryin’, Ringo. I’m Tryin’ REAL hard…” ESE momento específico es del que les hablo. El leve temblor en la voz de Jackson al decir esas pocas palabras. … “…I’m Tryin’, Ringo…” ¿Qué está tratando? ¿Está tratando de ser mejor persona? A lo mejor. ¿Está tratando de purgar sus “pecados”? Quizá. ¿Intenta sentirse mejor consigo mismo? ¿Siente que tiene una deuda con aquel dios que, supuestamente, hizo un milagro esa mañana? Sólo él lo sabe. Pero la realidad es que en ese mismo momento, dentro de esa situación específica, al pronunciar esa frase con un ligero quiebre en su voz, lo único que está intentando es no volarle la cabeza a Tim Roth, aunque casi todo su ser se lo está pidiendo. Es decir, el tipo es un asesino. Vive de eso. Come gracias a eso. Matar es algo tan común –y probablemente necesario- para su naturaleza, como para un médico ver sangre. Es su instinto el que se lo pide. Pero el lo intenta. Intenta realmente duro, ir contra sus ansias asesinas. Ir contra sus ganas de matar.
Algo parecido me está pasando.
No soy un asesino, desde luego. Soy muy cobarde. No tanto al hecho, sino mas bien a las consecuencias del acto. Y gran parte de mí piensa en las personas que sufrirían por la muerte de alguien: amigos, familia, etc. Pero hay veces que, les juro, siento que todo el cuerpo me pide violencia. Voy a darles un ejemplo.
El otro día iba en colectivo. Al igual que a la protagonista de “Why I Hate Saturn”, lo que mas me molesta no es el viaje en colectivos, sino la gente que viaja en ellos. Y, desde luego, las condiciones. Ese día se juntaron ambos factores: gente de mierda y condiciones de viaje de mierda. Yo viajaba parado. No me molestaba. Hubiera preferido sentarme, para poder leer de mi MP4, al que uso solamente como pen drive y lector de E-Books, ya que no me gusta aislarme del entorno con los auriculares, pero decidí leer parado, total de paso ejercitaba las piernas. El colectivo, como todo transporte público a la mañana, venía muy lleno. Pero no me importaba, porque el libro estaba interesante. Y en eso, el trueno que desató la tormenta se hizo presente, en la forma de un murmullo inentendible emitido por un homúnculo que estaba sentado, adelante mío. Los ojos de la cosa me miraban desde debajo de su sempiterna visera, por lo que entendí que el murmullo que había mascullado estaba dirigido a mí. Desvié la atención del libro, y le regalé un par de segundos –dos más de los que se merecía el imbécil- a pedirle que me repitiera lo que me había dicho, a lo cual en ese idioma cada vez más lejano al mío me dijo “Que no me apoyé’”. Y aquí hago un paréntesis en mi relato para explicar unas cosas.
Primer punto: odio tocar extraños. Más todavía si están sucios. Mas todavía si se trata de un imbécil prepotente que no entiende las reglas mínimas de cortesía (“Buen día”, “por favor”, y “gracias”)
Segundo punto: tengo desde siempre algo así como una hipersensibilidad matutina en toda la piel, particularmente en las zonas mas… sensibles, es decir, las que esta cosa me acusaba de habérselas acercado mas allá de lo prudente. Creanmé que no sentí en ningún momento el menor toque en la zona. Aunque debo admitir que llevaba el teléfono en el bolsillo, lo que puede haber dado lugar a una confusión.
Tercero: intuyo que la pila de mierda que iba sentada delante de mí debe tener como entretenimiento al viajar, el apoyar a quienes van sentados, para recibir el contacto que, probablemente, sólo sus manos son tan valientes de proporcionarle. Y me valgo del dicho “El ladrón cree que son todos de su condición”, para argumentar que fue por ese motivo que creyó que yo hacía lo mismo.

Y es aquí donde entran las ansias de violencia de las que empecé hablando. Se me ocurrieron al instante al menos cinco formas de agredirlo para obtener un mínimo resarcimiento. Mi favorita era un rodillazo en su oreja, seguido por un golpe de puño descendiente en el tabique de la nariz. Sentía el latido de mi corazón en mi cabeza, y no podía dejar de mirar al infeliz, que había bajado la cabeza para comenzar a dormitar. Necesitaba hacer algo. Sentía que si no lo agredía de alguna forma, iba a explotar. Pero traté, Ringo. Lo intenté realmente duro. Y decidí vengarme de un modo más sutil. Bajé la mano que sostenía mi MP4, hasta que el aparato estuvo a escasos centímetros de su cabeza… y seguí leyendo. Ustedes pensarán que no hice nada en absoluto. Ok. Los desafío a intentar dormitar mientras escuchan a pocos centímetros de una oreja el molesto “Click, Click” necesario para pasar las páginas electrónicas. Creo que alcancé un record en mi velocidad de lectura en aquel viaje. “Clic, Clic, Click” Eso sí, no me pidan comprensión de lo leído, porque mi mente estaba en otro lado. ¿Dónde estaba? Enfocada en el “Clic, Clic, Clic, Click” cada vez más frenético.
Les juro, deseaba con todas mis fuerzas enfurecerlo. Que me gritara, o que, haciendo uso de sus… ¿Qué hay en una persona en el lugar de los modales cuando éstos no existen? ¡No importa!, haciendo uso de lo que mierda tenga en lugar de modales, se dignara a alejar mi mano de su oreja de un golpe. Ahí me hubiese dado una excusa mas visible para golpearlo. Pero no. Se quedó mascando bronca el resto del viaje. Soportando mi pequeña tortura. Una lástima.
Una verdadera lástima.
Por eso, para frenar mis impulsos violentos, fue que me gasté la mitad del sueldo en comprarme una consola de juegos. me desquito combinando tiros y estocadas con el “Devil May Cry 3”, o acribillando zombies con el “Resident Evil 4”. Nunca fui muy adepto de los juegos excesivamente violentos. Pero, hoy por hoy, en mi caso particular, es eso, o salir a buscar pelea por las calles.
Y creo que matar zombies en una pantalla es una opción mucho mas inofensiva.
Clic, Clic, Clic, Click…