lunes, 26 de noviembre de 2007

WHY I HATE HUMANS

(El título de este post es una especie de homenaje a un viejo comic, llamado “Why I hate Saturn”, que, ya que estoy, lo recomiendo)

Varias veces me han preguntado –al punto tal de hacerme sentir en la obligación de hacerme la misma pregunta a mí mismo- por qué desprecio a los humanos.
Tengo que aclarar en primer término que mi aversión no es hacia los humanos, sino hacia la humanidad como especie. Incluyéndome, desde luego y muy a pesar mío, como parte de la misma.
A continuación debo aclarar que aquello que siento hacia quienes me veo en la obligación de llamar “mis congéneres”no es desprecio, sino lisa y llanamente odio. Ahora, bien. Alguno al leer esto dirá “¿Odio? ¿No estará exagerando?”. A esa persona es, entonces, a quien me dirijo ahora. Esa persona podría pensar que “odio” es una palabra fuerte, a lo cual no encuentro objeción alguna. Después de todo, Cris Morena pensaba igual, y todos sabemos que importante agente formador de opinión era entre los adolescentes hace unos años.
Ahora, seguro de que quien se haya sentido tocado/a por lo anterior probablemente se haya ofendido y haya dejado de leer, puedo proseguir fundamentándome.
Les debo confesar que en un primer momento pensaba que la base de mis sentimientos provenían de una cierta conciencia ecológica. “¿Cómo voy a amar al hombre, si el hombre no respeta siquiera su medio ambiente?”. Muy ético. Muy simple. Por lo tanto, muy superficial, o sea, estúpido. Estúpido de mí que me permití pensar semejante simplicidad. Ojalá fuera tan sencillo. Los años pasaron, y mi panorama se amplió.
Les propongo un ejercicio de imaginación. Supongan por un momento que tienen diez años. Su visión del mundo está, desde luego, idealizada. A esa edad se cree todavía en la existencia de “buenos” y “malos”. Por lo tanto, pueden estar seguros de que, tarde o temprano, el “bien” va a triunfar. Supongamos también que han tenido acceso a fuentes de conocimiento poco comunes para un niño promedio de diez años. Han leído historia, mitología, literatura. Se han mantenido al tanto de los avances de la ciencia, y de los proyectos a corto y largo plazo que los científicos narran, entusiasmados. Han ido a exposiciones de arte, y a ver óperas, cine y teatro. El mundo visto desde esa perspectiva es maravilloso. La humanidad, que ha logrado todo eso y proyecta lograr muchísimo mas, es digna de ser admirada. ¡Desde luego! ¿No podrían llegar a amar a su propia raza tanto o más que a una pareja, o a un familiar directo, o a un amigo? Ahora imaginen que los años pasan. Descubren que el “bien” y el “mal” no existen como entidades separadas, sino que están dentro de todos nosotros. Que el asesino, o el violador, o el ladrón puede ser un buen tipo, en el fondo. Que los mesías no existen, sino que son antiguas leyendas. Que la ciencia avanza, siempre y cuando el resultado sea rentable, al igual que la justicia. Que no hay –ni habrá- forma de gobierno alguna que ayude a todos los sectores del pueblo, porque siempre habrá humanos dirigiéndolas. Que, como dice Anthony Burgess en el prólogo de “La Naranja Mecánica”, “… el ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal… Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa elección moral”, y así y todo pareciera que la mayoría elige la opción mas fácil, hacer el mal, dañar al prójimo, al medio ambiente, a sí mismos. ¿En que convertirían aquel amor que ése niño de diez años sintió?
En mi caso, en el mas cercano en el gráfico de espectro emocional: el odio. El odio que puede sentir hacia su dulce novio una adolescente a quien éste abandona por quedar embarazada. El odio que puede sentir un niño hacia su padre, por cambiar a su familia por otra mujer, y desaparecer. El mío es el odio que siento por alguien que tiene a su disposición todo para alcanzar la grandeza, pero se obstina en no intentarlo.
Dice Zaratustra que ama al hombre que está mas allá de sus límites, y que Dios ha muerto. Le tengo malas noticias: el superhombre también ha caído.